Tres plantas vecinas vivían al exterior de una estética, en la zona colonial de una ciudad. Todas las tardes se dedicaban a ver el paso de las personas por las calles agrietadas.
La primera de ellas, puntiaguda y espinosa, podía observar sin dificultad la luz del Sol, las aves y las puntas de los edificios. Vivía en una maceta amarilla y brillante, de gran tamaño.
Sus vecinas, por su parte, podían ver solamente el piso de las calles y - de cuando en cuando - rodillas que caminaban de ida y de regreso; el letrero de la estética les impedía mirar lo mismo que su pomposa vecina.
Estas plantas, amigas altas y manchadas, no tenían la mejor vista, pero nunca se aburrían. Tenían la compañía que le faltaba a su vecina, quien a veces pasaba horas dormida de mero aburrimiento; tenía al alcance de su vista todo, sin poder compartir sus impresiones con alguien más.
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