"Lo conozco desde que teníamos dos años. Él era de piel clara y ojos verdes; yo de piel morena y ojos azabache. Él siempre iba vestido de conejito y yo de oso.
Recuerdo que él nunca se comía la crema de chícharos que nos daban de almorzar en la guardería, y a mí -como me encantaba- me parecía que era lo más rico del mundo.
Me salvó unas tres veces de que me machucaran los dedos con el carrusel que había en el patio; y dormíamos en la
misma colchoneta, cuando era la siesta."